Se conoce como autismo a un grupo de trastornos neurológicos caracterizados por la dificultad para relacionarse e interactuar con el entorno, afectando las facultades comunicativas del ser humano y por ende el proceso de socialización. A este conjunto de desórdenes del desarrollo también se les puede llamar TEA (Trastornos del Espectro Autista).
Mediante la socialización el individuo va adquiriendo conocimientos, forjando su personalidad y determinando sus criterios, pensamientos y emociones; las personas con autismo no son capaces de atravesar por este proceso, pues la principal característica de su condición es el ensimismamiento y la falta de interés por lo que acontece a su alrededor.
Durante los primeros años de vida el niño atraviesa por la socialización primaria (el núcleo familiar), y es en ella donde generalmente se diagnostica el autismo, pues las madres notan en sus hijos ciertos patrones de comportamiento que no se asemejan a los de otros infantes, ya sea por la dificultad para expresar palabras y transmitir emociones o por la ejecución de acciones reiterativas. También existen casos en donde el trastorno se diagnostica de manera tardía, ya en la segunda etapa de socialización (ambiente escolar), pero se considera un nivel leve de autismo.
Cuando se trata del trastorno del espectro autista, debe entenderse que es una condición que afecta de diversas formas y en distintas intensidades, dependiendo de quién la padece, aunque la característica principal no varíe. Dentro del TEA se encuentran distintos síndromes, los cuales constan de ciertas particularidades que los distinguen de los demás que integran el mismo conjunto. Si un individuo es diagnosticado con TEA debe someterse a una serie de pruebas que determinen el tipo de trastorno que encaja con su sintomatología y perfil.
Comúnmente las personas suelen confundir el término autismo, ya que este se refiere tanto al espectro autista como a uno de los síndromes que lo conforman. La enfermedad Kanner, también denominada trastorno autista, se conoce como el autismo clásico y es en el que se observan los niveles más severos de retrasos en el desarrollo del individuo.
En la actualidad, los casos de TEA han aumentado significativamente. Hace décadas se estimaba que de cada 10.000 individuos solo uno padecía del trastorno autista, mientras que en el año 2012 era uno de cada 1.000. Actualmente, según la OMS (Organización Mundial de la Salud), una de cada 160 personas lo sufre. Otras organizaciones de prestigio también han emitido datos estadísticos: los CDC (Centros para el Control y Prevención de Enfermedades) calculan que:
Sin embargo, las altas cifras no significan que exista un incremento excesivo de los casos de TEA en los últimos años, pues los especialistas manifiestan que en el siglo pasado no se contaba con los avances tecnológicos necesarios ni se conocía el espectro autista a profundidad, por lo que los números solo justifican el hecho de que la medicina y la psicología han evolucionado, y que los procedimientos de diagnóstico ahora son más precisos.
Aún no se han descubierto causas específicas por las cuales un individuo pueda padecer autismo, pero se conoce que es una patología multifactorial en la cual intervienen elementos ambientales, genéticos y biológicos.
Durante años se creyó que las vacunas primarias podían ser causantes de esta condición, especialmente la triple viral (papera, rubeola, sarampión), debido a que es en los primeros años de vida donde el niño empieza a manifestar los síntomas; sin embargo, se han realizado numerosos estudios científicos que desmienten esta teoría y reafirman que la aplicación de las vacunas en los recién nacidos es de vital importancia para evitar complicaciones médicas durante la infancia.
A pesar de ser multifactorial, se considera que los genes juegan un papel importante (más no determinante) entre los factores de riesgo que establecen la vulnerabilidad del individuo para padecer algún TEA, pues las estadísticas han arrojado un gran número de casos en donde los hijos, hermanos o primos de personas con autismo también tienen una alta predisposición genética. En el caso de los gemelos idénticos, si uno padece de autismo, existe 60 % de probabilidad de que el otro también sufra algún síndrome del espectro, mientras que en los casos de hermanos que no son idénticos o de distintos partos, se establece una propensión de 10 a 20 %.
Se cree que existe una amplia relación entre el trastorno autista y otras enfermedades congénitas, como por ejemplo el síndrome del X frágil (alteraciones en el cromosoma X que generan discapacidad intelectual), el síndrome de Down (trisomía en el cromosoma 21 que origina discapacidad cognitiva), y la esclerosis tuberosa (crecimiento de tumores no cancerosos en diversos órganos del cuerpo, principalmente en el cerebro), ya que en la mayoría de los casos las personas que padecen de estas patologías también poseen autismo.
Entre las causas ambientales y biológicas que contribuyen al desarrollo de los TEA, se encuentran: la contaminación por metales pesados y toxinas o pesticidas, la ingesta de medicamentos durante el embarazo (como antidepresivos, ácido valproico y talidomida), complicaciones en el parto y malformaciones en las estructuras cerebrales del niño (específicamente en el sistema límbico).
Los TEA se encuentran dentro de los TGD (Trastornos Generalizados del Desarrollo), sin embargo, poseen ciertas características que permiten diferenciarlos de esta generalidad y a su vez destacar cada síndrome que se encuentra dentro del espectro autista.
El síndorme de Kanner es el nivel más severo de autismo, las personas que son diagnosticadas dentro de esta tipología son las que poseen los síntomas más precisos y agudos del espectro.
El síndorme de Asperger es un autismo leve, generalmente los individuos que padecen este trastorno pueden llevar una vida normal, incluso tienen una inteligencia promedio o mayor a la del resto de las personas que no poseen desorden alguno. No es común que los pacientes con Asperger tengan dificultad para aprender y desarrollarse a la par de sus semejantes, sin embargo los obstáculos para establecer relaciones sociales y la hipersensibilidad son evidentes.
El síndrome de Rett es una enfermedad que se desarrolla únicamente en el sexo femenino, y se caracteriza por la regresión en las habilidades motoras y mentales de la niña una vez que ha pasado los dos primeros años de vida. Se estima que a los cuatro años de edad el retroceso es casi total, provocando una discapacidad intelectual grave. Aunque este síndrome se encuentra dentro de los TEA, posee algunas características físicas específicas que lo diferencian del autismo clásico, como lo son: debilidad en las manos (lo que dificulta la toma de objetos), retraso en el crecimiento habitual del cráneo, disminución del peso del cerebro, distonía (trastorno del movimiento que causa contracciones involuntarias), entre otras.
La principal característica del Trastorno desintegrativo infantil o síndrome de Heller es la aparición tardía del retraso en el desarrollo intelectual, pues se estima que el retroceso de las habilidades adquiridas puede iniciar entre los dos y los diez años de edad, y en algunos casos son los infantes quienes se percatan de que están experimentando alguna deficiencia cognitiva. Es el menos frecuente de los TEA y suele relacionarse a la demencia, pues el niño va perdiendo progresivamente todas las facultades mentales.
En la tipologia del Trastorno generalizado del desarrollo no especificado se encuentran todas las alteraciones que no coinciden con los criterios de diagnóstico específico de los cuadros anteriores. Un paciente suele ubicarse dentro de esta categoría cuando su desorden de desarrollo manifiesta irregularidades con respecto a la aparición de los síntomas, la temporalidad de los mismos y su gravedad.
Si bien cada caso de TEA es único y debe estudiarse rigurosamente, el trastorno generalizado del desarrollo no especificado demanda un tratamiento enteramente personalizado y amoldado a los avances y retrasos que ha tenido el afectado durante su vida.
En la actualidad a este trastorno también se le denomina autismo atípico, debido a que los individuos manifiestan la misma gama de síntomas pero en una intensidad baja o moderada, lo que les permite alcanzar un grado de desenvolvimiento e integración social más avanzado que los pacientes con autismo clásico.
Los síntomas o características del autismo atacan tres áreas de manera directa: la primera es la referente al proceso comunicacional, la segunda a la interacción social y la tercera a los patrones de comportamiento y respuestas sensoriales. Aunque existe un listado de características que poseen las personas que padecen TEA, es importante recordar que la intensidad de estas varía en cada caso.
Dificultad para comunicarse: Desde los primeros meses de vida esta característica se hace evidente, ya que en muchos casos a los bebés les cuesta balbucear o emitir sonidos, y cuando ya es tiempo de que comiencen a pronunciar sus primeras palabras no lo hacen. Existen casos en donde los niños con TEA sí logran desarrollar un nivel de lenguaje, aunque más bajo que el de los de su misma edad; es común que estos infantes tengan un vocabulario limitado, que utilicen la misma palabra para referirse a diferentes cosas y hagan sonidos reiterativos.
Dentro de esta característica también se encuentra el lenguaje no verbal. Mantener la mirada, prestar atención al hablante, sostener una conversación y tener un lenguaje corporal acorde a las circunstancias, son acciones que se les dificultan a las personas con autismo.
Imposibilidad de interactuar con el entorno: Esta característica va íntimamente ligada a la falta de comunicación, pues al niño no manifestarse ni verbal ni gestualmente, se desprende de la relación con los demás y se encierra en su propio mundo. Asumir roles, atender tareas específicas y jugar con sus semejantes no son acciones que puedan realizar fácilmente las personas con autismo. El contacto visual suele desagradarles y desencadenar histerias.
Ejecución de movimientos reiterativos: Golpear juguetes, dar vueltas en círculos, mecer el cuerpo, entre otras acciones estereotipadas, también son síntomas de TEA, al igual que las autolesiones, como morderse o impactar la cabeza contra objetos. A esta característica se le atribuye el hecho de que los individuos con esta patología sufran de ansiedad al salir de su zona de confort, pues la comodidad la encuentran en lo que ven y hacen rutinariamente.
Ausencia de empatía: Las personas con TEA son muy literales, es decir, no entienden ironías, sarcasmos o pautas sociales, esto como consecuencia de la incomprensión que tienen de los sentimientos o emociones ajenas. La expresión facial, el tono de voz y el lenguaje proxémico, son códigos que las personas captan rápidamente; sin necesidad de mediar palabras un niño sabe cuando su madre está disgustada, triste o contenta, pero este no es el caso de los individuos con autismo, pues ellos no son capaces de comprender estos cambios, por lo que son indiferentes ante los mismos.
Incapacidad de autoreconocimiento: Es común que las personas que padecen algún tipo de autismo sean incapaces de reaccionar cuando se les llama por su nombre, especialmente cuando el nivel de gravedad del autismo es elevado. Otro rasgo que recalca esta característica es la prevalencia de la tercera persona al momento de expresar sus ideas, pues utilizan su nombre en vez de sustituirlo por el pronombre “yo”, o confunden la aplicación de los mismos dentro de las oraciones.
Hipersensibilidad: El TPS (Trastorno del Procesamiento Sensorial) es una de las características más resaltantes del TEA, el cual consiste en una alteración cerebral que afecta la manera en que se perciben las sensaciones (tacto, olfato, vista, gusto y sonido). En el caso de las personas con autismo la agudeza de sus sentidos suele ser la responsable de episodios de ansiedad e histeria, debido al aturdimiento que representa escuchar ruidos fuertes, ver colores brillantes e incluso saborear comidas con alta condimentación.
Manifestaciones físicas: El autismo puede desencadenar algunas enfermedades o dolencias físicas, tales como la dispraxia (dificultad para organizar movimientos y pensamientos), la epilepsia (enfermedad caracterizada por convulsiones violentas y pérdida de conocimiento), recurrentes dolores de cabeza, hiperactividad, trastornos del sueño, alteraciones gastrointestinales y retraso mental, entre otras.
Generalmente el autismo es diagnosticado entre los primeros tres años de vida, cuando la madre nota conductas de aislamiento en el niño, dificultad para relacionarse con otras personas y deficiencia cognitiva o retraso del lenguaje.
Para corroborar que un niño tiene autismo el especialista debe examinarlo en dos fases, la primera es la denominada evaluación del desarrollo, donde se comprueba si el infante responde a ciertos estímulos de igual manera que sus semejantes o si presenta un retardo en las destrezas básicas propias de su edad; una vez que es notoria la irregularidad en las respuestas emocionales y conductuales del niño, se procede a la segunda etapa, llamada evaluación diagnóstica integral, en la cual predominan la aplicación de pruebas de atención al niño y entrevistas a sus padres.
En algunas ocasiones, aunque el infante ya presente síntomas, no puede ser diagnosticado un tipo de TEA, pues se debe esperar que el paciente evolucione para poder determinar un síndrome específico; sin embargo, es importante que un especialista se encargue de estudiar su desarrollo, pues a la larga la intervención médica a temprana edad es un factor importante para sobrellevar esta condición.
Es posible que el síndrome de Kanner se manifieste de manera tardía, es decir, que el niño haya evolucionado con normalidad los primeros dos años de vida y luego se evidencie una regresión repentina y rápida de las habilidades adquiridas durante este periodo, tal como es el caso del trastorno desintegrativo infantil. A este fenómeno se le denomina autismo regresivo y es considerado un subtipo de los TEA.
No existen exámenes de sangre o pruebas médicas que establezcan si un individuo tiene autismo, por ello el diagnóstico es el reflejo de las conductas del paciente, su similitud con los estándares de la patología y la gravedad de su sintomatología.
Para los padres es difícil aceptar que no existe un tratamiento específico que erradique los TEA, pues es una condición con la que el paciente debe lidiar durante toda su vida; sin embargo, los avances en el estudio del autismo han proporcionado una serie de tratamientos, que aplicados en conjunto, ayudan a mejorar las destrezas conductuales y habilidades comunicativas de las personas con estos trastornos.
Existen diversos tipos de terapias, medicamentos y convivencias, que pueden ayudar al desarrollo mental y neurolingüístico de las personas con TEA. En primer lugar se encuentra la terapia cognitiva-conductual, que es considerada la base del tratamiento, en ella el individuo aprende a reconocer y modificar acciones, lo que lo lleva a amoldar su comportamiento. Generalmente este tipo de métodos suele emplearse bajo la regla de premio y castigo, debido a que es la manera cómo la persona con autismo modifica su respuesta ante los estímulos, ya que la ausencia de empatía la hace incapaz de comprender el verdadero motivo del cambio. Dentro es este tipo de terapias está el Análisis Conductual Aplicado (ABA pos sus siglas en inglés), la Intervención para el Desarrollo de las Relaciones (RDI) y el Entrenamiento en Respuestas Centrales (PRT).
Los padres y familiares cercanos al paciente deben estar presentes durante las sesiones, principalmente por ser quienes se encuentran en interacción constante con el individuo y conforma un limitado círculo social donde se siente cómodo, y en segundo lugar para aprender sobre la condición de su allegado y ayudarlo a sobrellevarla. Las modificaciones de la conducta desde temprana edad son de vital importancia para el desarrollo integral del paciente y para el desenvolvimiento social que este tenga durante su vida.
La terapia ocupacional también es recomendada como tratamiento para el autismo, pues es se encarga de mejorar el desempeño de las personas en sus actividades diarias, promoviendo la participación e interacción social y facilitando la comunicación; el objetivo principal de este tipo de terapias es ejercitar las funciones motoras, psicológicas y sensoriales del paciente, con la finalidad de que alcance un alto nivel de autonomía.
Entre los métodos para mejorar las habilidades de comunicación, se encuentra la terapia del habla y del lenguaje, en la que el especialista promueve la intervención del lenguaje en el actuar del niño, y evalúa las dificultades que el paciente posee para entender y expresar mensajes, tanto orales como gestuales. Durante las sesiones de este tipo de terapia, el individuo se va abriendo a las emociones, y si se complementa con algún tipo de método de integración psicoemocional, es probable que el paciente desarrolle la empatía y poco a poco identifique los sentimientos y expresiones de los demás.
Por último, la terapia de integración sensorial también suele ser recomendada a personas con TEA, debido a su hipersensibilidad. Este tratamiento consiste en ayudar al paciente a procesar de una manera más exacta sus sensaciones a través de la repetición de texturas, sonidos, pesos, sabores, entre otras, que le permitan adaptarse al entorno y controlar la intensidad de lo que perciben sus sentidos, con el objetivo de evitar el aturdimiento y la ansiedad que esto le genera.
En el caso del autismo el tratamiento con fármacos es muy delicado, nunca debe ser suministrado ningún tipo de medicamento sin ser prescito por un especialista en la materia, ya que es posible que los efectos secundarios sean contraproducentes a nivel físico o psíquico. Generalmente se recurre a este tipo de métodos cuando se evidencia que el niño padece de otras patologías, o cuando la hiperactividad, la ansiedad y la histeria se agudizan.
Entre los medicamentos más comunes se encuentran: los ISRS (Inhibidores Selectivos de la Receptación de Serotonina), como antidepresivos y ansiolíticos, los cuales se emplean para tratar síntomas de depresión, ansiedad y trastorno obsesivo compulsivo (TOC); los antipsicóticos, utilizados como tratamiento para psicosis, esquizofrenia y episodios maníacos, en el autismo se recetan para tratar problemas graves de comportamiento. Los anticonvulsivos también forman parte de los fármacos que pueden ser prescitos para los TEA, ya que al menos uno de cada cuatro pacientes presentan convulsiones dentro de su sintomatología. Por su parte la hiperactividad es un común denominador entre personas con esta condición, por lo que el metilfenidato (medicamento psicoestimulante para personas con trastorno por déficit de atención e hiperactividad) es el más recetado.
Actualmente existen otras alternativas como tratamientos para las personas con TEA, estas son: la dieta libre de gluten y las terapias asistidas con animales. La intervención nutricional puede ayudar a disminuir los síntomas del autismo. Según algunos estudios los niños con este tipo de trastorno procesan los alimentos de manera distinta, lo que podría ocasionar que se agudicen algunas características de la enfermedad; aunque los resultados de su aplicación no son exactos, muchas madres manifiestan que sus hijos han mejorado desde que cambiaron sus hábitos alimenticios.
El gluten es una proteína que se encuentra en el trigo, la avena, el centeno y la cebada, muchas personas son intolerantes a ella, pues tras su consumo se experimenta dolor abdominal, vómito y diarrea, como consecuencia del daño que le ocasiona al intestino delgado. Uno de los síntomas físicos de las personas con autismo son las alteraciones gastrointestinales, por lo que la ingesta de gluten agrava su patología, de allí la razón por la que en un principio se adquirió la dieta libre de este prótido como tratamiento para el trastorno autista, pero con el tiempo algunas personas que la pusieron en práctica manifestaron que eran mayores sus beneficios. Lo mismo ocurre con la caseína (proteína presente en los lácteos), pues hay quienes no pueden digerirla correctamente, lo que origina problemas respiratorios.
Las TAA (Terapias Asistidas con Animales) también forman parte del tratamiento para las personas con autismo y funcionan en conjunto con las terapias convencionales. Su principal objetivo es la estimulación del lenguaje, el afecto y la empatía en el paciente. Entre los beneficios que se han encontrado al aplicar este tipo de terapias se encuentran: el aumento en la interacción social, el incremento en las conductas de juego, el desarrollo del lenguaje verbal y no verbal, mejoras en el proceso de atención, aumento del contacto visual, evolución de las habilidades motoras, reducción de conductas estereotipadas y reconocimiento de normas y emociones (lo que a su vez ayuda a controlar la ansiedad y la histeria).
En la actualidad se reconocen mundialmente a tres especies de animales para aplicar las TAA, todos mamíferos: caballos, perros y delfines; aunque se siguen estudiando qué otros podrían ayudar a la evolución de las personas discapacitadas o con trastornos del desarrollo. La equinoterapia (terapia con caballos) es la más recomendada por los especialistas, ya que se realiza en contacto con la naturaleza, lo que ayuda a que el paciente consiga un nivel de relajación máximo y cree un vínculo con el animal. A través de diversos estudios se ha demostrado que este tipo de terapia refleja los mejores resultados en el desarrollo de la empatía y el sistema motor.
Los perros son animales de fácil adiestramiento, juguetones y fieles compañeros de sus amos, por lo que son especialmente recomendados para las personas con TEA; ha sido comprobado que los pacientes que interactúan con esta mascota consiguen una evolución del lenguaje considerable, aumentan el contacto visual, aprenden a tolerar los tiempo de espera y perciben los estados de ánimo del animal y el de sus semejantes.
Por su parte, la delfinoterapia mejora la comunicación y la capacidad de concentración de los pacientes, ya que la emisión de ondas ultrasónicas de alta amplitud y frecuencia que son capaces de producir los delfines estimulan directamente al hipotálamo, el cual produce endorfinas y activa la glándula pituitaria (reguladora de gran cantidad de hormonas) que se encarga producir sensaciones de energía y bienestar. Otro animal que se ha sometido a estudios es el león marino, pues familiares de personas que han asistido a terapias con este mamífero aseguran que la condición de los pacientes ha mejorado, por lo que actualmente se evalúa la posibilidad de incluirlo oficialmente dentro de los TAA.
A pesar de que existen diversos tratamientos para los TEA se debe recordar que en cada individuo la patología varía en intensidad, temporalidad y sintomatología, por ello es decisión conjunta de los especialistas y los padres acordar a cuál será sometido el paciente, según sus necesidades. Asimismo es importante recalcar que no se debe dejar de lado el apoyo emocional y la comprensión hacia la persona con autismo, pues el primero paso para ayudarlos a sobrellevar su condición es aceptarlos tal cual son y brindarles compañía.
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