Se conoce como estrés a la respuesta que da el organismo ante ciertos estímulos que generan frustración en el individuo, es provocado por situaciones que parecen insostenibles o que no se pueden sobrellevar, ya sea por tener un nivel elevado de complejidad, por incremento en la demanda y exigencias de actividades habituales, o por eventos aparentemente amenazantes; lo que genera un estado de cansancio mental y el desencadenamiento de emociones negativas.
Por su parte, el trauma psíquico es ocasionado por circunstancias que ponen en riesgo el bienestar de la persona, originando estrés desmedido. Esa amenaza puede ser real o ficticia, al igual que directa e indirecta; es decir, el individuo que pasa por un trauma pudo haber sido la víctima de un suceso, el testigo de este, o simplemente conocer sobre la situación.
El trastorno por estrés postraumático, también conocido por las siglas TEPT, es una alteración del estado mental que se encuentra dentro de la clasificación de trastornos de ansiedad. Esta patología se desarrolla después de un acontecimiento traumático, ya sea porque el individuo se haya visto expuesto a alguna situación abrumadora en donde su integridad corriera peligro, o por algún hecho que le haya causado alto grado de estrés y ansiedad. Se habla de este trastorno cuando el trauma ha pasado y las sensaciones persisten.
En líneas generales lo que causa esta enfermedad es haber atravesado un trauma y no estar en capacidad de superarlo. Resulta difícil determinar que alguna circunstancia en específico vaya a originar esta patología, pues todos los individuos reaccionan diferente a los estímulos del entorno, y por su experiencia socio-cultural pueden agregar cargas emocionales que les impida sobreponerse a la situación. Por ello, distintas personas pueden vivenciar o presenciar el mismo hecho traumático y sólo una desarrollar TEPT.
Sin embargo, a pesar de que no se puede decir cuál es la situación que desencadenará la enfermedad, se ha comprobado que los hechos que ocasionan traumas en los individuos son aquellos en donde ven su vida en riesgo, como por ejemplo: violaciones, robos a mano armada, secuestros, maltrato psicológico o físico, accidentes automovilísticos o aéreos, acoso, enfermedades, incendios, derrumbamientos, entre otros.
Es importante resaltar que los eventos traumáticos que producen heridas, mutilaciones, abortos o cualquier otra huella difícil o hasta imposible de borrar del cuerpo de la víctima, suelen incrementar el riesgo de que esta padezca el trastorno, ya que a diferencia de traumas como divorcios, hurtos o agresión verbal, ellos dejan un recordatorio físico que los remite al hecho.
También es posible que estos afectados desarrollen un nuevo trauma debido a su apariencia, o a las consecuencias e implicaciones que esta pueda traerles a nivel social, ya que ese tipo de secuelas podrían arrojar impedimentos en el desarrollo profesional, educativo o laboral del individuo, dependiendo de si son incapacitantes o su aspecto físico es requerido para el trabajo, como sería el caso de deportistas, operadores de maquinarías, modelos, entre otros; lo cual ocasionaría desligarse de sus intereses.
Personas de cualquier sexo y edad pueden desarrollar la enfermedad, y al igual que en la circunstancia traumática, se encuentra propenso a padecerlo el afectado directamente o un tercero, por lo que muertes ocasionadas por catástrofes naturales como: terremotos, inundaciones, erupciones volcánicas, tsunamis, entre otros, también son causantes de traumas y de un posible estrés postraumático.
Algunos estudios han podido determinar que la intensidad de los síntomas de este cuadro clínico, va en concordancia al grado de exposición que tiene el sujeto al suceso agresivo, a la reiteración de este acto y a la vinculación emocional que se tenga con el agresor o con otras víctimas de la agresión. Por ello, cuando el suceso traumático incluye a parientes o a conocidos, suele tener una carga mayor que un hecho aislado.
Actualmente existen dos sistemas internacionales para determinar distintos trastornos mentales, uno es el DSM IV (Manual Diagnostico y Estadístico de los Trastornos Mentales) de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría y otro el CIE-10 (Calificación Internacional de Enfermedades) promovido por la Organización Mundial de la Salud.
Para el trastorno por estrés postraumático, ambos conglomerados ofrecen una lista de ítems que deben ser respondidos positiva o negativamente por el paciente, esto ayuda no sólo a diagnosticar esta patología, sino a reducir el margen de error al ubicarlo dentro de alguna tipología. Es importante destacar que estos manuales son elaborados con una metodología cuantitativa-descriptiva, por lo que únicamente los profesionales del área pueden generar conclusiones a partir de los resultados.
Existen tres tipos de TEPT, los cuales se clasifican según los síntomas que padezca el paciente, estos a su vez se dividen en agudo o latente dependiendo del tiempo que tarden en manifestarse los síntomas, si aparecen dentro de los primeros tres meses posteriores al trauma se considera agudo, si lo hacen luego de los seis meses, se distingue como latente.
Los pacientes que se ubican dentro de este tipo, son aquellos que reviven la situación traumática, ya sea durante el sueño, en reiterados pensamientos a lo largo del día o a través de acontecimientos que remiten al trauma.
Síntomas:
Se caracteriza por la apatía, la insensibilidad y la indiferencia. El afectado suele buscar maneras de distraerse para evitar la reviviscencia del trauma, lo que puede provocar un estado de negación y aislamiento social.
Síntomas:
El individuo se encuentra a la expectativa de un nuevo evento traumático, generalmente ligado al vivenciado o presenciado anteriormente, lo que produce ansiedad, desequilibrio emocional y agitación.
Síntomas:
Otros síntomas que pueden padecer los afectados, sin importar el tipo de estrés postraumático que padezcan, son:
A una persona que se le haya diagnosticado esta patología y en los primeros meses del tratamiento no consiga superar el episodio traumático, entra en la fase crónica de la enfermedad, donde los síntomas se agudizan y se agregan trastornos alimenticios y desordenes hormonales que afectar el funcionamiento del organismo.
El TEPT afecta al individuo y a todo su entorno, la imposibilidad de superar un trauma frustra la vida del afectado, tanto en el ámbito personal como familiar, escolar y laboral. La ansiedad, la disparidad entre los estímulos y la reacción del individuo, provoca que este quiera aislarse, lo que a su vez genera la liberación de emociones negativas y depresión.
La integridad física también puede verse perjudicada, en algunos casos las sensaciones y emociones del trauma vuelven a ser tan vívidas como en el momento ocurrido, originando dolencias que para el paciente se tornan reales. Además, la inapetencia o la desganes y los trastornos del sueño ayudan al deterioro del individuo.
En algunos casos los pacientes crean adicción a los farmacológicos, a los antidepresivos, ansiolíticos o a pastillas para conciliar el sueño, ya que ven en ellas la única manera de sobrellevar la ansiedad y entrar en un estado de relajación. Por otra parte, hay algunos que se refugian en alcohol, cigarrillo o drogas, ya sea porque sienten que los ayuda a olvidar su situación, o porque lo ven como una manera de liberar el estrés.
Los tratamientos para combatir el TEPT son: Psicoterapia y fármacos. Dentro de la psicoterapia se pueden encontrar terapias de grupo, para que el paciente sienta que se encuentra apoyado por personas que lo comprenden y están atravesando una situación similar; y terapias de choque, con la intención de revivir la situación traumática y progresivamente ir superándola, a través de ejercicios de respiración, relajación y manejo de las emociones. En algunos casos también se utilizan los métodos cognitivos, con la finalidad de que el paciente ponga en práctica la percepción, la memoria y el procesamiento de la información, evaluando así su respuesta a los estímulos y la concordancia entre ellos.
Los estudios señalan que alrededor del 75 % de las personas que reciben psicoterapia, deciden dejarla antes de que se acaben las sesiones por no notar un cambio en su comportamiento; se debe recordar que este es un tratamiento a largo plazo, en donde el paciente evoluciona progresivamente, debido a esto es indispensable que los allegados entiendan la situación por la que el afectado está atravesando, lo incentiven a continuar con las sesiones y resalten su progreso.
Por otra parte, los fármacos más comunes para este tipo de trastorno son los antidepresivos, entre ellos los ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina) y los tricíclicos, así como los ansiolíticos (disminuyentes de los síntomas de la ansiedad) y las pastillas para dormir.
Cuando crea que padece de estrés postraumático es importante que se dirija a un especialista en la rama de la psicología, ya que mientras más rápido comience a combatirse la enfermedad es menos propensa a elevarse hasta la fase crónica; de la misma manera, el único que tiene la potestad de diagnosticar y decidir el tipo de tratamiento y su temporalidad es el profesional.